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Juan Pablo Parra Escobar

La banalidad del mal en Colombia

Estudiante de Derecho de la Universidad Nacional. Miembro del Grupo de Investigación 'Estudios Penales, Conflicto, y Política Criminal- Proyecto Universitario de Investigación' (PIU)

Juan Pablo Parra Escobar | 11 de junio de 2016

El siglo XX es un periodo para pensarnos como Nación: desde el inicio de la centuria hasta finales de la década del treinta

La Casa Arana, una próspera empresa cauchera, operó en el Amazonas colombo-peruano. Esta empresa mutiló y sometió a la esclavitud a miles de indígenas por décadas. Pero solo fue hasta 1924 con la publicación de La vorágine que el país le dio relevancia al tema.  

A mediados de siglo, entre 1946 y 1957, en Colombia se vivió la Violencia, una seudoguerra amallada y borracha entre los partidos tradicionales, que pusieron de moda el corte de franela a lo largo y ancho del país, pero nadie, más que unos cuantos literatos, se dignaron a estudiar y denunciar la barbarie. Fue hasta 1962 que Guzmán, Umaña y Flas le mostraron al país las dimensiones y características de su realidad.

Termina la Violencia, una nueva forma de violencia sacudió al país. Mediante bombas y sicarios, los narcotraficantes financiaron su bonanza de muertos e hicieron de este país el estereotipo del paraíso droga.

Cerrando el siglo, los paramilitares se extendieron por el territorio nacional, mediante masacres y asesinatos selectivos, se hicieron con poder suficiente para entrar al Congreso durante el principio del nuevo siglo. Solo una década y media después, comenzamos a entender que pasó durante los años de la Casa Castaño.

Una mirada excesivamente rápida de nuestra historia lleva preguntarnos: ¿Por qué los gobiernos de turno y los colombianos de a pie parecen no haber hecho nada para evitar las catástrofes? La respuesta es simple: en Colombia banalizamos el mal. Pero, ¿qué es la banalidad del mal?

En 1963, Hannah Arendt publica Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, un largo ensayo en el que la filósofa trata de encontrar, a partir de su narración del juicio del Estado de Israel contra Adolf Eichmann (un ex miembro del partido Nazi), una respuesta a la explicación para los actos de total vileza e inhumanidad con los cuales se perpetró la Solución Final.

Pero la banalidad del mal va más allá del Holocausto. Arendt no se limita a explicar por qué los miembros del partido nazi llevaron a cabo el genocidio, sino que de forma paralela, intenta analizar por qué el pueblo alemán toleró ese terrible episodio de su historia.

Debemos preguntarnos entonces, ¿hemos banalizado el mal en Colombia? La respuesta es sí. Y no solo la banalizaron quieres perpetraron los asesinatos, las masacres, las violaciones y demás crímenes, sino que todos los demás lo banalizamos al volverlo común. Nos acostumbramos a las historias de la muerte y a los desplazados, trivializamos el mal y derretimos la humanidad de millones de víctimas.

Lo peor es que seguimos haciéndolo. Llevamos más de 50 años en guerra, una guerra que en 2013 ya  iba en 5,5 millones de víctimas. Personas que en muchos casos no conocemos, no imaginamos y no nos importan. La maldad y la corrupción se hicieron tan cotidianas que nos limitamos a comentarlas con algo de incredulidad, pero no sentimos nada,  y así seguimos aceptando esta oscura etapa de nuestra historia. Usando eufemismos para hacernos la vida menos vergonzante.

Arendt decía que es parte del hombre sus pulsiones hacia la maldad. No se trata de hombres y mujeres con enfermedades atávicas, sino de seres humanos en contextos donde es fecunda la semilla del odio. Lamentablemente, Colombia es una tierra buena y fructífera con climas tropicales y andinos; listos para sembrarlos con balas.  

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