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Carlos Ariel Bautista Gonzalez

Tiempos de cambio

Representante estudiantil de la carrera de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro del grupo de investigación "Adán Arriaga Andrade".

Carlos Ariel Bautista Gonzalez | 09 de marzo de 2016

Contribuir desde nuestras profesiones a un nuevo régimen político más participativo y  menos corrupto; a un modelo productivo que invierta la balanza comercial que nos condena al subdesarrollo.

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial, es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, (…) Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

Estanislao Zuleta, Elogio a la dificultad.

Es indudable que todos los colombianos imaginamos un país diferente, al fin y al cabo no es una labor difícil. Sin embargo, este es solo el primer paso, y el más sencillo, para transformarlo.

Colombia se encuentra en un momento de cambio, donde las viejas ideas y los viejos paradigmas se resisten frente a una nueva realidad. Nos encontramos ad portas de una crisis económica resultado de la baja de los precios de los comodities a nivel internacional, como el petróleo; con un Proceso de Paz que promete poner fin a una confrontación armada con más de medio siglo de antigüedad; con una crisis de partidos y de representatividad, y con instituciones, como la Corte Constitucional, que otrora inspiraban confianza y  esperanza en un futuro mejor,

Los verdaderos viajes, decía Lacan, empiezan cuando se acaban los caminos. Es momento que en Colombia emprendamos un nuevo viaje, un viaje a un país al alcance de nuestros sueños; para conseguir esto, los colombianos, y en especial los estudiantes, debemos jugar un papel activo, debemos asumir la política con esperanza, pero sobre todo, de forma democrática. 

La grandes transformaciones, pero especialmente las más pequeñas, las que nos afectan todos los días, requieren desatar nuestra imaginación para poner en cuestión todo en lo que hemos creído, todo lo que nos han hecho creer. Debemos ser capaces como generación, como la generación que va a vivir en un país en paz, como la primera generación que no se va a perder en las garras de la guerra, de cambiar la forma en la que nos relacionamos con los demás. De dejar de creer que los colombianos son lobos para los colombianos, de dejar de practicar la táctica del más abeja, y dejar de creer que el vivo vive del bobo. Debemos, como dije en mi anterior columna, aprender a vivir sin matarnos, volver a confiar en el prójimo más allá de un simple otro.

Sin embargo, también debemos ser capaces de plantear soluciones y alternativas a los grandes problemas, a los que nos afectan a todos y de los cuales no podemos escapar. Labor que requiere, sobre todo, participar, discutir, debatir y, a partir de la diferencia, proponer alternativas posibles y razonables que a la luz de la realidad nos demuestren que la política y la transformación no son utopías irrealizables, sino sueños al alcance de nuestras manos, o mejor dicho, alcanzados por nuestras manos. 

Para esto debemos, como diría Jaime Garzón, echar para atrás con el fin de entender los orígenes de la profunda y redundante crisis, con el fin de encontrar las razones por las que este país está como está. Contribuir desde nuestras profesiones y conocimientos a un nuevo régimen político más participativo y  menos corrupto; a un modelo productivo que produzca riqueza y que invierta la balanza comercial que nos condena al subdesarrollo; una cultura que contribuya al desarrollo de la personalidad, a la paz y la reconciliación.

Por ultimo, aunque presente en todas las reflexiones, es nuestro deber renovar la política; redefinirla, re traducirla, hacer de la política un lugar donde solucionar nuestros problemas de vivir en comunidad, no un lugar donde continuarlos y donde escalarlos. Debemos buscar en la política el lugar donde romper las cadenas autoimpuestas que nos protegen de la angustia de la razón. Zuleta sostendría, con convicción y vehemencia, que “surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado”.

Debemos ser la generación que declare, por fin, el fin del fin de la historia. Estudiantes que no busquen en las respuestas del pasado soluciones a los problemas del presente, que presenten la cara y digan “un momento, este país también es nuestro”. Una generación que rompa los candados de la resignación que nos detienen, que no nos dejan ver más allá de lo que es evidente. Una generación que, cuando la ponen entre la espada y la pared, elija la ventana, y no un espejo, para inspirarse y para regresar a la realidad.

 


 

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