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La mujer del animal y la oración del Siddur.

Estudiante de Sociología  |  02 de abril de 2017 (18:09 h.)
lamujer del animal

Por:Estudiante de sociología*

La nueva película de Víctor Gaviria se nos presenta como un retrato real, ¡real!, de la violencia de género, su mayor atributo pretende ser, como en toda su obra, la de reconstruir de manera fidedigna realidades convulsivas. ¿Qué hay detrás de la presunción de realismo de Gaviria? Un supuesto de transparencia según el cual no hay mediación entre el retrato y la realidad: verdad vomitada, verdad verdadera. Pero la mirada ¡y más en el cine! Es siempre una composición, una ficción, o mejor una posición, un lugar desde donde mirar y la mirada de Gaviria sobre lo marginal es, cuando menos, una reducción; ¡hay que ver la insolencia de un director para el que la pobreza se agota en putas, drogas y delincuencia!

El problema de Gaviria no es que su cine no hable efectivamente de “hechos reales”, el problema es que su mirada es unidimensional y extraña. Unidimensional porque Gaviria nos cuenta una historia única de lo que podríamos llamar la cultura popular. La escritora nigeriana Chimamanda Adichie cuenta que durante su infancia todo lo que su madre le había contado sobre su empleada de servicio y su familia es que eran muy pobres, alguna vez cuando estuvieron de visita en la casa de su empleada, Chimamanda quedó sorprendida al ver que uno de sus hijos había fabricado (increíblemente) una hermosa canasta, pues, como todo lo que sabía de ellos es que eran pobres, no podía contemplar la idea que ellos, pobres tan pobres, miserables tan miserables, pudieran hacer siquiera algo además de soportar el hambre. Gaviria es como la madre de la escritora; en su universo cinematográfico la cultura popular es pura negatividad, el sujeto-pobre es un mero sujeto de carencias. La mirada es extraña porque la cultura popular en Gaviria se reduce a la visión que se puede tener desde la alta cultura en donde la primera sólo puede ser una ausencia de lo que existe en la segunda, y es que en la mujer del animal no escuchamos a Amparo, su protagonista, sino a Gaviria hablando de Amparo. Según el director, su objetivo es mostrar cómo la desigualdad social crea violencias (porque, por lo demás, ¿qué es la cultura popular sino violencia?), no obstante, en Gaviria vemos los excluidos, pero no quiénes los excluyen. Vemos una puta, pero no quien la paga.

A Gaviria no lo miran sus protagonistas y eso dice todo de su cine. En Bogotá si bien estuvo en varias salas de la ciudad en su estreno, al poco tiempo sólo se encontraba en el Cine Colombia de Avenida Chile y en las pequeñas salas de cine independiente de la ciudad (espacios precisamente vedados para personas de sectores populares). La escritora Piedad Bonnett, por ejemplo, afirmó que la película «nos permite reflexionar como sociedad sobre lo que hemos hecho» y Carolina Sanín (nótese el apellido) dice que la película habla “sobre quiénes somos” pues por una insólita transferencia simbólica, se sienten supuestamente identificadas, reconocidas en una realidad que, por supuesto, no es la suya ¿por qué la crítica se apresura a reconocerse en una realidad que por definición se encuentra excluida de la suya? Sorprende que la intelligentsia cinematográfica que, en defensa de “lo popular”, se despacha en críticas ante las comedias de Dago García (ampliamente vistas, aceptadas, disfrutadas, apropiadas por los sectores populares, como lo demuestra la taquilla) consideren que la “unidimensionalidad gaviriana” sea un retrato “necesario” de lo popular ¿por qué cuando lo popular se nos presenta como mundo de carencias a los espectadores de clases medias y altas les parece que se le está haciendo justicia? ¿Será porque el cine de Gaviria mira con sus mismos ojos?

La mujer del animal escandaliza, pero no interpela, se equivoca Gaviria cuando afirma que su cine incomoda. En realidad, su película hace lo mismo que hacen los noticieros: externalizar la violencia de género, crear un otro. El animal no representa la figura genérica de un hombre, cualquier hombre, potencialmente maltratador, sino que refuerza una idea doble: por un lado, la del psicópata, “el loco” que viola, y por otro, la del pobre que maltrata. Así, el espectador puede llorar, indignarse, escandalizarse durante la película, como confesión momentánea, bálsamo psicológico, para que al final pueda volver tranquilo a casa, como el hombre judío que reza la oración del Siddur: “Gracias, Señor, porque no me hiciste esclavo, porque no me hiciste mujer…” porque no me hiciste pobre. La mujer del animal no es un espejo, como se ha dicho, es un vidrio de un apartamento del Poblado, un lugar seguro desde el cual mirar, desde las alturas, a esos otros. Para los espectadores de Gaviria, gentes de clases medias y altas, la vida de la loma y las relaciones de género que allí se tejen resultan extrañas, aparecen como realidad-otra, y en ese sentido los hace sentir cómodos. Victor ¿Por qué para hablar de violencia de genero miramos la montaña? ¿Sólo es realismo si miramos mundos lumpenizados? ¿No es posible un realismo de clases altas? En últimas ¿Por qué no nos atrevemos de hablar de nosotros mismos?   

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