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Harold Vargas

Un pueblo inmaduro para la paz

Harold Vargas | 21 de junio de 2015

“…sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.”

Estanislao Zuleta

En ese bellísimo texto “Sobre la guerra”, Zuleta plantea una idea que aunque parece obvia, Colombia se aleja de ella: una sociedad mejor es aquella que genera espacios para que los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse sin que las contradicciones impliquen el eliminación absoluta del otro. Cuántas muertes han tenido que cobrarse por la terquedad de comprender algo tan sencillo. El país se malacostumbró a ver diariamente cifras de muertos (niños de hambre, mujeres a manos de sus esposos y bajas en combate) sin el menor sentimiento de vergüenza; la vida es solo un número.

El importante cese unilateral de hostilidades decretado por las FARC hace cinco meses, arrojó una cifra que pasó completamente inadvertida: desde su declaración se salvaron por lo menos 600 vidas y se redujo la intensidad de la confrontación en las regiones cerca del 90%, según la Fundación Paz y Reconciliación http://bit.ly/1AwKnp5, organización que ha seguido de manera seria y rigurosa las dinámicas del conflicto.

Pasó invertida porque políticos, analistas y medios de comunicación se han concentrado en determinar cuál de las partes tiene una mayor responsabilidad sobre esta nueva escalada del conflicto, que cobró en mes y medio, la escalofriante cifra de por lo menos 53 vidas: 12 miembros de las fuerzas armadas (11 soldados en Buenos Aires, Cauca; 1 policía en Tumaco, Nariño) y 41 miembros de la insurgencia (26 guerrilleros en Guapi, Cauca; 10 guerrilleros en Segovia, Antioquia y 5 el pasado domingo en Chocó). Esto, sin contar las bajas civiles, los heridos, el desplazamiento forzado y el miedo que genera la guerra.     

Celebran aquellos que han defendido la prolongación de la guerra mientras el terror se apodera nuevamente de las regiones más alejadas del país, aquellas que no tienen voz en los pomposos análisis políticos de los medios de comunicación, pero que padecen en carne propia los estragos del conflicto. Sin embargo, la otra cara, aquella reflejada en las encuestas, es aún más preocupante, la que aplaude la orden del presidente Santos de reanudar los bombardeos y las recientes cifras de bajas guerrilleras presentadas como necesarias para avanzar en los diálogos de paz. Un respaldo que esta sociedad no ha dado a las decisiones sensatas para “desescalar” el conflicto.   

Colombia es un país inmaduro para la paz, por lo menos en su mayoría intolerante al reconocimiento del opositor sin destruirlo. Se cierra a los costos de la guerra, bien conocidos, sin explorar los beneficios del fin de la confrontación armada. Para lograr la paz habrá que trabajar mucho tiempo en la erradicación de las causas que dieron origen al conflicto, pero hay que dar pasos iniciales hacia esa dirección, presionar a que las partes negociadoras a un cese bilateral del fuego, promover una cultura de paz que devuelva a la vida el valor que tiene y reconocernos en la diferencia, aceptar las confrontaciones sociales, políticas e ideológicas como una oportunidad para el necesario flujo de ideas que requiere una real democracia. 

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