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Sr Rayón.

Notas a la Experiencia Sr. Rayón

¿Qué es eso? ¿Es una pared? ¿Es un graffiti? ¡No! ¡Es Rayadoman!

Sr Rayón. | 20 de febrero de 2015

Hay buenas razones para pensar que si una persona o grupo desea comunicar eficazmente un mensaje, la pared puede no ser el mejor lugar. Dado el auge actual de los medios alternativos y el internet, muchas cosas pueden ser dichas a través de ellos. Estamos a un clic de distancia. El público ciertamente puede ser mayor a través de estos medios y no de una pared, además siempre está el problema de la precariedad del mensaje dada la limitación del espacio.

Me gustaría proponer una división de los temas que toman por excusa la pared para suscitar la reflexión. En un primer lugar, se puede encontrar un debate más bien doméstico, en el que los miembros de una comunidad opinan sobre cómo debería ser la relación entre ellos y su entorno. Así, algunos abogan por la conservación inmaculada, pasando por el cuidado debido (que permite algunas intervenciones “amables” y/o institucionales); otros por la libertad total para usar e intervenir. Frente a eso, la propuesta más razonable sería cuestión de método: uno tal que todos se acojan a su resultado, un pacto de uso comunal donde se pueda participar y decidir cómo convivir en un territorio, cualquiera que sea el resultado.

Ahora bien, en un segundo lugar, se podría apreciar una serie de fenómenos asociados, que revisten mayor importancia. Si alguien raya es porque 1. quiere; 2. puede, y 3. sabe que las sanciones serán ´desestimables´. El querer puede responder a una necesidad de comunicación: ocasionalmente individual, mayoritariamente colectiva. El poder supone unas dinámicas según las cuales, quien estima que el espacio está para rayar lo demuestra rayando; lo cual crea un desbalance frente a quien, impotente, no está de acuerdo y está obligado a ser coherente absteniéndose de rayar (irónico sería un rayón que dijera: ´“estoy en contra de que se raye la pared”’). El tercero supone un territorio de excepción al Derecho: no hay policías, ni sanciones para quien raya un espacio público (mucho menos para quien definitivamente lo abusa, rompiendo, y rasgando; ya no comunicando alguna consigna). Bajo estas circunstancias se desarrollaron diversos debates en la Universidad, tanto en vivo como a través de las redes sociales (particularmente amables para anónimos y tímidos).

Hay buenas razones para pensar que si una persona o grupo desea comunicar eficazmente un mensaje, la pared puede no ser el mejor lugar. Dado el auge actual de los medios alternativos y el internet, muchas cosas pueden ser dichas a través de ellos. Estamos a un clic de distancia. El público ciertamente puede ser mayor a través de estos medios y no de una pared, además siempre está el problema de la precariedad del mensaje dada la limitación del espacio. Lo anterior es válido para consignas políticas, invitaciones a eventos, letreros críticos, entre otros de similar formato que forman un primer grupo. Sin embargo, si tenemos en mente arte mural o un graffiti ‘verdadero’ que es esencialmente subversivo y por tanto no necesita permiso previo; y además suele llevar consigo algún tipo de altura política o poética –“prohibido prohibir”-; juego de palabras “mi papá me Kafka” o ser una firma en sí, la pared (o cualquier lugar) será inevitablemente el medio idóneo, si no, tal vez Kilroy nunca hubiera estado en la citación. Claro que en el campus de la Universidad en Bogotá, mientras la mayoría de los rayones obedecen al primer grupo, hay muy pocos del segundo, y lo que hay de tags o stencils supone una incursión de las dinámicas de la ciudad al campus.  Generalmente: grafiteros ‘“verdaderos”’ que se aventuran a explorar nuevos lugares y refuerzan su identidad escribiendo por doquier su firma o imagen representativa.

Aún si se desechara la eficacia del medio, algunos grupos insistirían en rayar. De una lectura juiciosa de la pared, puede concluirse que la mayoría de lo que hay en ella tiene por autores a los grupos amplios o clandestinos de la Universidad. Una lectura que puede hacerse a este hecho es que los grupos consideran al campus como su espacio. Consciente o inconscientemente, territorializan y privatizan el espacio público. Tan fue así, que algunos se sintieron visceralmente ofendidos por las intervenciones que hizo Sr. Rayón a sus obras, clamaron de manera incoherente respeto, a pesar de que al rayar ellos no respetaron la noción según la cual el espacio público es “de todos, pero de nadie”, para que se lo apropie escribiendo lo que a él le parezca. Otros criterios que soportan la privatización, fueron: la resistencia a la crítica de la costumbre de rayar por parte de otras personas; la manera arrogante de comunicar que cualquier pintada de blanco encima de sus letreros, no sería más que un “fondeo” a costa del bolsillo de otro para escribir más; y la práctica común de nombrar salones o edificios a la medida de sus intereses, más como imposición que como ejercicio participativo y consensuado.

Dado que es un lugar de excepción al Derecho, pues no hay sanciones a la infracción de la regla “no rayar la propiedad pública”, la libertad total reemplaza los acuerdos actuales y  potenciales hasta tanto se gesten. Es un mercado libre, pero no equitativo: unos escriben más que otros, y no precisamente porque desborden creatividad. Desde aquí se reitera el llamado a buscar métodos sencillos, rápidos y que no dejen baches para futuras filtraciones por ilegitimidad, y con los que la comunidad actual pueda resolver el problema de convivencia producto del estado de libertad ilimitada, tan libre, que escribir sobre lo escrito ni siquiera puede ser censura, sino reciclaje obvio de una piel descuidada.

Finalmente, una Universidad que se debe a la sociedad en la que está inmersa, debería plantearse como problemático que frente a un conflicto doméstico, los jóvenes universitarios (presumiblemente más brillantes) no hayan sido capaces de llegar a acuerdos. Los debates nunca fueron tales, lo cual deja entrever un serio problema de indigestión comunicativa: no sólo no se escucha una postura contraria sino que se tacha e insulta. Hubo mucho de arrogancia desde una supuesta superioridad moral y política, desde donde se desdibujó al otro por “no ser consciente de los verdaderos problemas del país”. La incapacidad de entender y valorar la diferencia llevó a esta pequeña Colombia a emular a sus mayores, y terminamos todos en un ambiente altamente polarizado como el que se vive ahora a propósito de La Habana. La pared no fue el debate compañera, este es el debate Sí, los problemas existen, y requieren soluciones eficaces dado el hecho de que todos somos humanos capaces de sentir injusticias, de llorarlas e indignarnos y de sentirnos obligados a buscarles remedio.

Pero la solución es colectiva y requiere el diálogo. La crítica debería ser acogida y suscitar la autocrítica en oposición a una postura inmutable, paranoide y cuasi-religiosa de eso que entendemos como “realidad”,. Cada persona es un mundo, un horizonte del cual aprender, hay que frenar la polarización, y no porque cese la diferencia sino porque cesa nuestra actitud negativa ante ella. Los ‘“fachos”’ y ‘“mamertos”’ deben ser las únicas especies cuya extinción es deseable. Habrá que, siguiendo a Bauman, toparnos con la necesidad de traducir entre universos de sentido muy diferenciados, y aprender el arte de negociar modos de cohabitar a todo nivel.

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