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El argumento más indignante que jamás me imagine escuchar es la justificación de una fiesta macabra por el simple hecho de existir hace varios siglos.

Tortura, sangre y... ¡Olé!

Daniela Lucía González Navarro  |  30 de enero de 2017 (18:24 h.)
corrida de toro

El tiempo es ahora, la necesidad de defender a los que no tienen voz pero que sienten está más viva que nunca, ¿Y tú en que parte de la historia quieres estar?

Por: Daniela González

A mediados de 2012 ocurrió en Bogotá un hecho inimaginable, el Alcalde Mayor de ese entonces decide ponerle fin a la “tradición” colombiana conocida como la fiesta brava, en otras palabras, las corridas de toros, tradición entre comillas porque resulta complicado encasillar a una práctica implantada por los españoles como costumbre propia cuando nuestros nativos y originarios no utilizaban ningún tipo de animal para cualquier clase de entretenimiento.

Durante cuatro años la Plaza Santamaría fue libre del derramamiento de sangre cruel e innecesario al que han sido sometidos los toros de lidia, para el disfrute y placer de miles de espectadores que celebran con ímpetu la valentía, o más bien, la cobardía con que el torero maltrata al animal hasta darle muerte. Los taurinos aplauden la gallardía del hombre que se enfrenta a la fuerza bruta de la bestia feroz, equiparada a su vez por la habilidad e inteligencia del ser humano.

Bastante conveniente suena decir que es una justa lucha entre animal y hombre, puesto que se encuentran en condiciones iguales y por lo tanto tienen las mismas posibilidades de salir victoriosos de la batalla. Conveniente sí, pero alejado completamente de la realidad también, y es que los toros son sometidos a todo tipo de vejámenes inclusive antes de que empiecen las corridas de toros, incluyendo un encierro de 24 horas en un lugar oscuro y pequeño para que al salir a la arena la luz y el ruido los aturda, se les afeita los cuernos (sin ningún tipo de anestesia) para la protección del torero, son golpeados en los testículos y riñones, se les suministra sulfato y laxantes para producir diarrea, se les unta de grasa y vaselina los ojos para nublar su visión y para culminar la preparación, las patas son expuestas a una sustancia que le produce ardor al animal. ¡Pero por supuesto señores taurinos, es toda una proeza que un hombre indefenso le gane a un animal fuerte e implacable!

Las corridas de toros vuelven a Bogotá cuando un fallo de la Corte Constitucional insta a las autoridades distritales a no decidir sobre la prohibición o realización de las corridas, por ser reconocidas legalmente como parte de la tradición y cultura. El argumento más indignante que jamás me imagine escuchar es la justificación de una fiesta macabra por el simple hecho de existir hace varios siglos. Deberíamos entonces, bajo este criterio, volver a establecer la esclavitud que data desde hace 30.000 años antes de cristo, a finales de la era neolítica y comienzo de la era de los metales, deberíamos también imponer la misoginia como forma estructural de nuestro núcleo familiar considerando que desde el inicio de nuestras sociedades la mujer siempre ha sido vista más como un objeto que como una persona sujeta de derechos, recordemos que apenas hace 60 años adquirimos el derecho al voto y unas cuantas décadas atrás éramos consideradas parte de la propiedad de nuestros maridos. Se deberían entonces también volver a la quema de brujas y a la lapidación de personas que también fueron prácticas tradicionales de nuestras sociedades occidentales hace mucho tiempo.

Utilizar el argumento de tradición para defender cualquier práctica, es en mi concepto, ignorar el hecho de que las sociedades estamos en constante evolución, lo que hace que nuestras perspectivas y visiones sobre absolutamente cualquier aspecto social, cultural, psicológico y hasta biológico se encuentren en constante cambio; es anular uno de los principios fundamentales de la ciencia, que reza que no existen las verdades absolutas y que solo se puede hablar de conocimiento ligado a un determinado espacio-tiempo sesgado también por la relatividad de la perspectiva humana. Es a su vez contradecir la creciente tendencia mundial que busca proteger el medio ambiente del daño constante, en muchos casos irreversible, que hemos causado con nuestra actitud egocéntrica e insensible al creernos dueños de cada ser vivo e inerte que habita el planeta tierra.

Y es que esta tendencia mundial en donde las nuevas generaciones hemos crecido con el “chip” ecológico no puede ser menospreciada por Colombia, que apenas hasta el año pasado introducía al ordenamiento jurídico una ley para la protección de los animales, brindando las herramientas jurídicas para hacer pagar con penas pecuniarias y hasta carcelarias a aquellas personas que maltrataran a un animal, puesto que por fin son considerados no como cosas sino como seres sintientes que pueden sentir dolor y sufrimiento, y que deben ser protegidos por el Estado. Lo absurdo y contradictorio de la ley es que exenta a las corridas de toros, las pelea de gallo, el rejoneo y otro tipo de prácticas, nuevamente con el argumento insensato de la tradición. Algo así como: “Qué pena toros, gallos y caballos, sabemos que ustedes sufren pero como han sido maltratados desde tiempos inmemoriales, no podemos protegerlos de sus maltratadores”.

La reapertura de la Plaza Santamaría por muy trágica que parezca, abre una ventana de posibilidades y es que estamos en pleno debate nacional sobre las medidas que deberían ser adoptadas para prohibir o no las corridas de toros, dándonos a los animalistas y anti taurinos la opción de alzar nuestra voz de protesta hasta llegar a instancias legales. El tiempo es ahora, la necesidad de defender a los que no tienen voz pero que sienten está más viva que nunca, ¿Y tú en que parte de la historia quieres estar?

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