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Juan Manuel Monroy

El abrazo del alcalde

Estudiante de economía UN. Fundador de CiudadBlanca. Interés en economía política y distribución del ingreso. @jmmonroyb

Juan Manuel Monroy | 02 de marzo de 2016

Un misionero social reclamaría el derecho al trabajo y condenaría los ‘desalojos’. Un politiquero o agitador social saldría a las calles y a los medios, y disfrazado de misionero, mostraría su tierna compasión

Por la Carrera 13 se veía venir un grupo algo disperso de personas que vestían camisetas blancas, la mezcla desajustada de gritos amorfos junto con el estridente sonido de las vuvuzelas enarbolaban las pancartas exhibidas a lo largo de la vía. El lunes la protesta de los vendedores ambulantes en contra de la actual administración de Bogotá, enhorabuena, transcurrió en paz.

Alejandro Gaviria, actual ministro de salud, en 2006 publicaría un ensayo titulado ‘Del romanticismo al realismo social: lecciones de los últimos años’ en donde puso en contraste el rol de dos antagonistas: los misioneros sociales y los científicos sociales. Mientras los últimos se envuelven en los modelos, en la necesidad de cuantificar todo, en el escepticismo soterrado o en la crítica sobre las metas del milenio; los misioneros sociales suelen incomodarse por las sugerencias de los científicos sociales y en cambio se sumergen en el rio de la fe, y por qué no, de la caridad. Gaviria resalta que estos dos grupos suelen coincidir, y cuando lo hacen, los argumentos de unos refuerzan las predicas de los otros.

El caso de los vendedores ambulantes a quienes se les ha exigido respeto por el espacio público, dado el mandato del alcalde mayor de Bogotá, está plagado de opiniones desde la óptica tanto de misioneros como de científicos sociales, sin embargo, yo le añadiría dos interlocutores más en la discusión, a saber, apáticos sociales y politiqueros o agitadores sociales.

Un misionero social reclamaría el derecho al trabajo, condenaría los ‘desalojos’, los decomisos de mercancía y las detenciones arbitrarías. Un politiquero o agitador social saldría a las calles y a los medios, y disfrazado de misionero, mostraría su tierna compasión, condenaría a su rival político con quien probablemente perdió las elecciones y sacaría pecho exhibiendo su historial a favor de, en este caso, los vendedores ambulantes. Al final estos solo quieren sacar réditos políticos y cazan votos buscando enemigos. No es raro ver en Clara López, excandidata que perdió las elecciones, la  gala del oportunismo político más estridente. He aquí a una agitadora.

¿Y qué haría un apático social? Este es básico, etéreo. Solo le basta con mirar con desdén el correr de la muchedumbre y vociferar ‘’O sea que ya que esos se fueron a marchar podemos caminar por la calle, ash, pero ahora quién se aguanta ese ruido’’.

Jugando al científico social, uno podría decir que existen varios elementos un poco más tozudos por analizar, como por ejemplo, la informalidad laboral. Justo el lunes se conoció la cifra de desempleo en Colombia. Según el DANE se pasó de 10.8% en enero de 2015 a 11.9% en el mismo periodo del 2016. Pero la inequidad del mercado laboral colombiano es abrumadora: se ofrece y se demanda más trabajo para aquellos que tienen más años de educación, la brecha entre hombres y mujeres se hace grande a medida que aumenta el quintil de ingreso y la informalidad laboral crece en promedio 5% concentrándose esta en los niveles inferiores del ingreso según Fedesarrollo.

Ahora, más del 60% de los ocupados son informales y estos probablemente no perciben beneficios de seguridad social o trabajan en establecimientos muy pequeños. La mayoría trabaja por cuenta propia y vive del rebusque, allí encontramos un foco de inestabilidad social que se ve ampliado como si se tratara de una bola de nieve dado un factor cultural que genera un costumbrismo por lo informal.

Una política laxa con este tipo de informalidad, como bien era la bandera de las pasadas tres administraciones, suman más factores al problema. No se trata únicamente de un embeleco del alcalde por andenes estéticos, se trata del respeto al espacio público que pertenece, por definición, a todos, siendo ese ‘todos’, a lo mejor, uno de los baluartes de la democracia. También tiene que ver con la seguridad y con aspectos de salud pública; las ventas ambulantes son fuente de problemas de salubridad.

No se pueden negar los esfuerzos de la alcaldía Peñalosa por desarrollar una política menos asistencialista y más integral para los vendedores ambulantes. Les han ofrecido reubicación en quioscos, puntos en centros comerciales, programas de emprendimiento y hasta de empleabilidad. En últimas, se trata de un esfuerzo por encaminar una parte de los trabajadores, que de seguro presentan las peores condiciones laborales, hacia condiciones más dignas de trabajo.

Cuando existe estructura, el orden y la autoridad saltan a la luz, y es justamente esto lo que exhibe la presente alcaldía de Bogotá. Pero el orden y la autoridad no bastan en una democracia pues esa propensión a escuchar y a valorar la diferencia resulta fundamental. Me temo que tampoco esto ha faltado hasta el momento. Sin embargo, mientras tengamos menos agitadores o apáticos e incluso misioneros sociales que reduzcan al absurdo mediante la desinformación los problemas cruciales, más científicos sociales responsables podrían actuar.

 

@jmmonroyb

 

 

 

 

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