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Gilberto Ramirez Espinosa

Libertad y democracia: a propósito del plebiscito por la paz

Historiador, Universidad Nacional. Director Regional en Colombia de "Estudiantes Por la Libertad"

Gilberto Ramirez Espinosa | 09 de septiembre de 2016

Tomada de ElTiempo.com

“El mal es como los ojos: no puede verse a sí mismo”

Nicolás Gómez Dávila

Decía Friederich Hayek que liberalismo y democracia no necesariamente van de la mano y que inclusive pueden ser contrarios. Para una persona que fue testigo durante el siglo XX del colapso de todo tipo de gobiernos y de las violaciones más atroces a la libertad, retomar esa reflexión nos es de sobra oportuna para el plebiscito al que hemos sido convocados a votar el próximo 2 de octubre.

En principio, para muchos de nosotros esta es la primera vez que votaríamos en un plebiscito y solo por ello bien valdría la pena revisar la historia de dicho mecanismo de participación política en nuestro país.  Son tres los antecedentes que tenemos al respecto: el primero, votado en diciembre de 1885 por las autoridades municipales, ratifico la convocatoria a una constituyente que dio origen en abril de 1886 a la Constitución que rigió por un siglo nuestro país; el segundo, votado el 7 de diciembre de 1957 fue convocado por una Junta Militar y sancionó una fórmula de gobierno como el Frente Nacional, con la paridad en los cargos públicos y la alternación presidencial entre los Partidos Conservador y Liberal; y el tercero, que si bien fue mucho menos formal que los dos anteriores, fue el de la llamada “Séptima Papeleta”, votado el 11 de marzo de 1990 durante las elecciones legislativas e introducida “didácticamente” por un movimiento estudiantil promotor de dicha iniciativa.

Los tres plebiscitos fueron convocados bajo disposiciones de Estado de Sitio (1957, 1990) o de triunfo tras una guerra civil (1885). Los tres gozaron de apoyo unánime entre quienes votaron, a pesar de la abstención mayoritaria (1990), votación indirecta (1885) o ausencia de elecciones por gobierno militar o dictarorial (1957). Los tres fueron convocados por pactos entre elites políticas, ya sea solo entre partidos tradicionales (1885, 1957) o con movimiento insurgentes recién desmovilizados (1990). Y finalmente, los tres les dieron mucho más poder a los políticos para legislar en favor de sus múltiples agendas bajo el imperativo moral de la “paz” y el “orden constitucional”, todo lo que venían precisamente de perturbar y trasgredir.

Cada que me detengo a debatir sobre el plebiscito con amigos, familiares y compañeros de trabajo o estudio, me sorprendo de la convicción con la que muchos defienden su voto por el “SI” o por el “NO”, porque finalmente es muy tentador convencerse de que con tan solo ir a una urna a votar por un acuerdo que la mayoría no construimos, se pueda lograr la paz como creen los del “SI” o podamos evitar la llegada del socialismo como creen los del “NO”. Lo que los ejemplos de plebiscitos anteriormente citados nos pueden enseñar es que independiente de nuestros anhelos, los acuerdos a ser votados tienen agendas definidas de antemano bajo la suspensión del orden constitucional que pretenden restaurar o bajo la ausencia de paz que quieren instaurar. La anterior paradoja no se atenúa con un acto de democracia, pues la unanimidad del plebiscito anula todo esfuerzo de debate y controversia, sino con un acto de libertad, que implique, más que leer los acuerdos a votarse el siguiente mes, leer la historia de los plebiscitos y sus implicaciones.

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